miércoles, 28 de diciembre de 2011

Suenan ya, las campanas están doblando.



     Hoy 28 de diciembre, recordé con nostalgia mis días de infancia, aquellos días en los que como hoy, comenzábamos la jornada con una noticia que normalmente era alarmante, con algo que nos conmocionaba siempre a mis y a mis hermanos mayores. Fue así como mi madre nos transmitió la maravillosa tradición, tan arraigada en México, de hacer bromas a nuestros amigos y conocidos bajo el pretexto de ser éste, el día de los Santos Inocentes.

     La referencia histórica de recordar éste día como aquel en el que Herodes mandó matar a los niños de Belén, procurando con ello dar muerte a Jesús, el recién nacido Rey de todos los Judíos, me parece una idea  espeluznante por si sola y aunque no hay en la historia una referencia que respalde lo que se dice en Mateo 2, 13-18 la verdad es que la capacidad de ser empático con el dolor ajeno y condolerse tan solo de pensar que una escena como esa es posible, me aleja de la terrible insensibilidad y apatía a las cuales, el entorno moderno y sus medios de comunicación pretenden orillarnos, pues una sociedad que sea fundamentalmente insensible al dolor ajeno y a sus necesidades y preocupaciones, siempre será mas fácil de controlar, de manipular.

     Quién no recuerda el poema del llamado poeta metafísico Inglés John Donne:

¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me
encuentro unido a toda la humanidad; por eso,
nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

     Recuerdo que de joven, solía decir "nunca pierdas tu capacidad de asombro" sin a lo mejor detenerme a pensar en lo que estaba yo diciendo y vaya que al tiempo, la vida me ha dado la oportunidad de aprender el verdadero significado de esas palabras. 

     La vida me ha dado la oportunidad de nunca dejarme de sorprender, de poder aprender todos los días de mi vida algo nuevo y mejor aun, de tener todos los días la oportunidad de enseñar algo a alguien.

     Sin embargo, no siempre he estado para ese "alguien" pues he permanecido absorto en mis propias vicisitudes, he estado muchas veces ajeno y distante de ese "alguien" que no quise mirar y no reconocí como parte del todo en mi entorno y obvio, con un resultado estupendo, que tan sólo se ha visto mejorado con mi decidida apatía, el resultado es sin duda el México que nunca quise, ese México del que mis antecesores me pretendieron hacer culpable al llamarnos arrogante y socarronamente como la generación "X", sin acusar recibo de su coresponsabilidad ineludible en el resultado, sin tomar su no participación por años y años, su apatía pues, como la materia prima de la cuál se confeccionó éste México que tanto me lastima, que no se parece en nada a aquel que un día soñé y que ahora busco con arduo afán conseguir para mis hijos.

     Meditando un poco en el término de inocentes [más allá de su referencia histórico-religiosa] me pregunto qué habrá pasado con nuestras vidas a lo largo de estos años que hemos perdido ya nuestra inocencia, que ya nada o casi nada permitimos que nos sorprenda, que nos resulta más fácil hoy día el divorciarnos de nuestras amistades trabajadas por años y años que creer que sea posible algo nuevo en nuestras vidas o peor aun, en la vida de ellos. Vamos, inconcebible es ahora el permitir que algo que me haga ver ante los ojos de los demás como sorprendido, que permita que los demás vean que yo "no lo se todo".

     Hoy quiero ser quién no era, hoy quiero ser quien siempre quise ser, hoy he decidido no renunciar nunca más a mis grandes sueños, a aquellos de juventud y de mi vida ya madura.

     Quiero sorprenderme cada día al estirar mi capacidad de amar, quiero llorar cada vez que vea un cielo estrellado y más aun cuando no lo vea, y que tal un atardecer en familia, al ver la mirada de alguien que despierta a la vida, sorprenderme también al ver que al menos uno de mis amigos crea que ese México que nos negaron nuestros padres y abuelos es posible, pero eso si, sólo lo será si nosotros trabajamos y nos comprometemos con ello y con sus complicadas causas y los motivos que le generaron, de lo contrario querido amigo, por favor; no preguntes por quién están doblando las campanas, ya que como con mucha razón  dice el poeta, estarán doblando por ti.